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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Poemas Para Enamorar




SOLO PIENSO EN TENERTE ENTRE MIS BRAZOS;


Quise desayunar pero era la hora del almuerzo

Quise salir a pasear en traje de baño pero llovía

Quise entrar por la puerta pero salí por la ventana

Es comprensible: sólo pienso en tenerte entre mis brazos

Quise andar ligero pero me habían salido alas

Todo aquello que me dicen se pierde en murmullos vanos

Mi espejo devuelve una imagen maravillosa

Cuando pienso en tenerte entre mis brazos

Quise componer un poema de amor pero escribí un cuento

Quise enviarlo por carta pero se lo llevó una paloma

Las flores ya no huelen como pensaba, ni el cielo es azul

Solamente cuando pienso en tenerte entre mis brazos





LA SENCILLEZ DE TUS OJOS;

La sencillez de tus ojos me embarga en la lenta mañana,

Una mirada dulce y tibia como nunca he visto

El amor flota en tus mejillas ámbar

Como una deliciosa melodía de otoño.

Seca la mirada de observarte tan detenidamente

Recojo mis redes de pesquero del amor,

Me llevo el tesoro infinito de tus parpados,

Para enterrarlo en lo más profundo de mi corazón.

Espero verte de nuevo para poder ser feliz,

Ahora solo en los sueños te veo,

El rubor de tus mejillas sigue intacto,

La sencillez de tus ojos carceleros también
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domingo, 27 de septiembre de 2009

Leyendas De Un Amor



Cuentan las leyendas

que hay un paraíso

lleno de color

de corazones alados



De hadas y duendes

donde están

las almas enamoradas,

las que saben amar.



Cuentan las leyendas,

que lo fundaron,

dos amantes,

con corazón de diamante.



Una pareja ejemplar,

que vivía en la pobreza,

pero con toda su riqueza,

que era su amor, amar.



Quisieron reafirmar su amor,

dando vida a la vida,

para traer a un nuevo ser,

fruto de los dos,

fruto del amor.



Ella con su preñez,

seguía haciendo feliz... ,

a su amor,

sus nueves meses de pasión.



Pero la desdicha llamo a su puerta,

días de nieves, fríos y heladas ,

cuando el bebe... ,

decidió hacer su entrada.



El esmerado acariciaba a su amada,

con caricias, amor, ánimos, pasión.



El nuevo ser no podía salir,

cual horca segaba su cuello,

su propio alimento...,

el que vida le daba,

ahora la muerte,

en un fuerte nudo hallaba.



Antes de abrir su mirada,

apagando su luz,

sin nadie poder hacer nada.



El salió corriendo en busca de ayuda,

en la noche fría,

entre la noche oscura.



Él a ella le dijo... .



No temas amada mía,

con ayuda vendré,

y saldremos airosos,

no tendremos tal desdén.



En su caballo a galope,

el corría entre la tormenta,

un alud a la vuelta,

callo sobre él.



En su agonía,

solo veía a su amada,

el pedía a gritos,

sálvamelos cuida de ellos,

los necesito,

no puedo partir sin verlos.



Ella entre dolores,

intentaba parir,

cuando un vuelco el corazón,

le hizo decir.



Algo no va bien,

algo pasa aquí,

siento pena no dolor,

te necesito amor.



En esos momentos,

de la nada surgió una luz,

como una aparición,

vio a su amor.



Sin palabras,

él cogió al pequeño,

que yacía entre las piernas,

acogiéndolo entre sus brazos,

con su alma se quedo.



Ella desvanecía,

sentía perder el ser.



Su amado le dio la mano,

para que se dejara llevar,

ella vio a su hijo reír,

entre los brazos de su padre.



Déjamelo coger,

déjamelo acariciar,

es nuestro corazón,

latiendo a un mismo son.



Ella desangrada,

iba perdiendo la luz,

pero otra nacía,

era la de su amor.



Tras las nevadas,

la primavera llego,

el deshielo,

las flores... .



Verdes coloridos,

rosas rojas de pasión,

y en medio,

una casita.



Rodeada de flores,

con una gran luz,

dando la sensación,

de querer clamar tu atención.



Allí yacían los cuerpos,

de la familia que pereció,

tan unida,

que en piedra se quedo.



Dicen las leyendas,

que en la noche,

la casa brilla,

haciendo un haz de luz.



Que sale desde la casa,

que emerge en los cielos,

y se puede ver en las estrellas,

un Pegaso cual corcel,

que lleva a una pareja,

y un angelito tras él.



Cuentan las leyendas,

que el amor era tal,

que bajan para salvar,

a corazones alados,

que como ellos,

han sabido amar.



Y sus almas siguen vivas,

amándose para la eternidad.

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autor : Damelsa
se encuentra en : http://www.hazdeluz.net/Leyenda%20de%20un%20amor.htm

viernes, 18 de septiembre de 2009

HIstoria De Perros

Bobby era el terrier de un policía de la ciudad de Edimburgo llamado John Gray. Ambos estaban siempre juntos y ya era famosa en la zona la cantidad de trucos que Bobby sabía realizar. Desafortunadamente, un 15 de Febrero de 1858, Gray muere de una tuberculosis repentina. Durante el funeral Bobby permanecería siempre presente, y seguiría al cortejo hasta el cementerio de Greyfriars Kirkyard. Lugar donde descansarían los restos de John y donde además, en un acto de fidelidad extrema, Bobby pasaría el resto de los 14 años que le quedaban de vida montando guardia sobre la tumba de su fallecido amo. En un principio todos pensaban que Bobby permanecería solamente unos días sobre la tumba y que luego el hambre o el aburrimiento lo alejarían. No obstante, comenzarían a pasar los años e incluso los crudos inviernos de Escocia y Bobby permanecería fiel en su guardia. Solo se retiraba de vez en cuando para beber y conseguir comida, o cuando la nieve le impedía permanecer en el lugar. Con los años Bobby se fue transformando en una leyenda local y personas que admiraban su fidelidad comenzaron a alimentarlo y a suministrarle un refugio en el invierno. A tal punto creció esta fama que en 1867 el mismo Lord Provost de Edimburgo, Sir William Chambers, intervendría personalmente para salvar a Bobby de la perrera y además, para evitar futuros accidentes de este tipo, declararía al fiel can como propiedad del Consejo de la Ciudad. Bobby moriría sobre la tumba de su amo en 1872, y al no poder ser enterrado en el cementerio la gente del lugar se reuniría para construirle una fuente con una estatua en su honor no muy lejos del cementerio. Estatua que, no curiosamente, fue construida mirando hacia la tumba de John Gray.



Otro amigo fiel fue Hachiko, un perro de raza akita inu nacido en 1923 en la ciudad japonesa de Odate. Sin embargo, menos de un año más tarde su dueño, un profesor de agricultura llamado Hidesamuro Ueno, lo llevaría hasta Tokio. Allí Hachiko se acostumbraría a su vida citadina yendo todas las noches hasta la estación de trenes Shibuya para recibir a su dueño cuando éste llegaba del trabajo. Por desgracia Ueno fallece en 1925 y nunca es llevado nuevamente a su casa, por lo que Hachiko queda abandonado en las calles. No obstante, durante 11 años volvería fielmente todas las noches a la estación de trenes, exactamente a la hora en la que arribaba el tren que solía tomar Ueno. Una vez frenado el tren Hachiko buscaba a su amo cuidadosamente entre la multitud y luego se retiraba.
Al cabo de unos años un antiguo alumno de Ueno, que se encontraba realizando un censo de akitas, se enteraría de la historia, y publicaría varias notas con la historia del perro fiel. Una de estas notas aparecería en el más importante periódico de Tokio. Gracias a esto Hachiko ganaría fama a nivel nacional y varias historias y poemas se escribirían al rededor de él. Sin embargo, más importante aun, Hachiko salvaría a su raza ya que solo quedaban 30 akitas puros en todo el Japón, y a partir de ese momento la demanda hizo que se preservaran cuidadosamente. Hoy en día la población de akitas supera los miles. Hachiko es además recordado con una estatua en la estación de Shibuya.



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se encuentra en :
http://www.foro-cualquiera.com/ecologia-naturaleza/37960-la-historia-dos-perros-fieles-increible.html

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cuentos De Gatos



Érase una vez en un pueblo en las montañas, una gata que vagaba sola por las praderas, comía en los callejones de algunos restaurantes locales, jugaba con los niños que encontraba en las plazas y descansaba en el hoyo de un árbol que estaba al lado del lago, era muy feliz; sólo había una cosa que empañaba ese dichoso mundo: ¿por qué el problema entre perros y gatos?, ¿por qué no podían ser amigos? “Eres muy terca” -le dijo una vez un gato anciano-, “las cosas son como son”, “si es que desde el comienzo no salen corriendo a cazarte sin tregua, y se acercan tratando de no espantarte, como si les parecieras algo extraño que no han visto antes y quieren saber qué es; eso es pura curiosidad de cachorro”. Tábata se encogía de hombros con un sinsabor en los bigotes “tal vez si en verdad se llegaran a conocer podrían ser amigos” -decía-, “está en su naturaleza, no lo pueden evitar, ¿sabes cuando se acaba todo? Cuando comen juntos una misma presa, tratan de compartir un bocado y en ese instante saltará, te gruñirá y sin quererlo tendrá una pata en tu cara y sus caninos incrustados en tu cuello, tan fugaz que no te darías cuenta”, -sentenciaba el anciano animal- sacudiendo su gordo pelaje esponjado, era un angora gris y Aldebarán era su nombre.

Aldebarán era el único amigo que Tábata tenía, lo conocía desde que era muy pequeña y él le había enseñado todo lo que sabía, era lo más parecido a un padre que conocía. A Tábata le gustaba hablar con Aldebarán pero a veces sentía que ya era muy viejo y que ya no tenía mucha vida dentro de sí. Tábata pasaba horas subida en el árbol en el que vivía, de día o de noche se sentaba en su rama favorita y desde allí contemplaba el lago, veía a los niños jugar en las orillas, niños de todos los tamaños y de todos los colores, y se preguntaba si las diferencias tendrían algo que ver con que se divirtieran tanto, a veces, sólo a veces, se le olvidaba incluso hasta de comer. Pero en el mundo de Tábata existía una amenaza muy grande, los coyotes, quienes vivían al otro lado de la montaña y de cuando en cuando bajaban al pueblo a robar gallinas y a hacerles maldades a los animales más pequeños. Todos temían a los coyotes, los animales, los niños y los adultos, por otro lado, los detestaban.

Una tarde, luego de jugar toda la mañana con los niños de la escuela, Tábata fue a visitar a su querido amigo Aldebarán, pero no lo encontró por ninguna parte, no estaba en el gran basurero de la heladería -que era su lugar favorito-, preguntó a los otros gatos del callejón y éstos con profunda tristeza le dijeron que Aldebarán había sido atacado por los coyotes que habían bajado la noche anterior y como era ya muy anciano, no pudo defenderse y murió. Tábata sintió un golpe frío en el pecho y de pronto una llama se encendió en sus ojos sin lágrimas, ¡venganza! –decía-, los gatos vagabundos trataron de convencerla pero ella ya lo había decidido. Sin decir una palabra se fue camino a la montaña.

El camino era largo y llevaba mucho tiempo a cuestas, cuando sintió que alguien la seguía, de un golpe saltó arqueando el lomo y sacando sus finísimas garras se preparó para todo, de entre la maleza vio algo aparecer, era un enorme perro de granja, Tábata lo observó sorprendida pero desafiante, con las pupilas en línea y lista para atacar; sin embargo, el perro se mostró muy tranquilo, no parecía darse cuenta que estaba a punto de ser atacado, la observó y dando unos pasos lentos y confiados le preguntó: “¿Vas a la montaña’?, ¿tras los coyotes?”, “¿por qué te interesa saber?, ¿por qué piensas eso?” -respondió- sin bajar la guardia. “No se contesta una pregunta con otra pregunta. ¡Gatos!”. “¿Por qué me sigues?” -preguntó Tábata- irritada, detestó ese comentario despectivo de los gatos. “También voy tras esos malditos, mataron y se robaron muchas gallinas anoche, y si no vuelvo con aunque sea uno muerto, me echan de la granja” “Sí, voy tras ellos también” -dijo Tábata- sorprendida de hacer una confesión así a un perro, “muy bien iremos juntos entonces, los viajes largos pueden llegar a ser muy aburridos” y se puso en marcha. Tábata se quedó inmóvil, todo le parecía tan interesante, sin embargo, no debía confiar en un perro que la superaba en peso por lo menos 10 veces y que ni siquiera se percató del peligro que corría al enfrentarse a ella. “¡Andando! Hay que llegar al pie de la montaña antes que oscurezca” -sentenció el perro-. “Yo no he aceptado ir contigo” -dijo ella- sintiéndose un poco ridícula por lo que acababa de decir, “bueno” dijo el enorme can acercándose a ella y dándole frente, “¿aceptas ir conmigo o no?”. Tábata ya se sentía demasiado tonta para responder y simplemente se puso en marcha. “Me llamo Mikael”. Tábata y él emprendieron viaje.

Poco antes del atardecer Tábata sintió hambre, divisó 2 aves silvestres grandes por ahí y con un sigilo casi fantasmal se les acercó, Mikael se detuvo, la observaba, ¡era increíble! Él también sabía cazar, pero siempre admiró cual espectador, los movimientos y agilidad “contranatura” que tenían los gatos al acechar a su presa, le parecía una técnica elegante y efectiva, vio a Tábata desaparecer en la hierba espesa y luego como un agraciado delfín la vio saltar con las garritas afiladas hacia las aves, aleteos y un gruñido de gato “gracioso grito de guerra” -pensó-, un silencio y Tábata emergía arrastrando los dos cadáveres con mucho esfuerzo, eran muy grandes para su tamaño, se acercó, le dio uno y luego cogió la otra presa y se alejó de allí para comérsela, no se arriesgaría. Mikael por su lado la miró intrigado, no le gustaba comer solo y sin embargo no le pediría que lo acompañe: “Los gatos son traicioneros no se apegan a nada ni a nadie” -recordaba las palabras de su madre cuando era cachorro-, terminó de comer tratando de no pensar en nada, sin mirarse, reanudaron la marcha.

Al caer la noche, ya habían llegado al pie de la montaña donde vivían los coyotes, no atacarían de noche, eran demasiados y sin luz era muy arriesgado; Tábata trató de convencer al Mikael que era mejor así, tomarlos por sorpresa sin que los pudiesen ver, pero Mikael no lo haría, sabía que Tábata podría manejarse muy bien en la oscuridad y los coyotes estaban acostumbrados a atacar de noche, así que él tendría toda la desventaja y no podría estar seguro que Tábata bastaría para apoyarlo, ni siquiera si ella lo apoyaría en primer lugar. “Atacaremos al amanecer cuando aún estén dormidos” -sentenció- mirándola gravemente, Tábata nunca acataba órdenes -siempre hizo lo que quiso-, pero aunque era irritante para ella que ese enorme perro dictaminara lo que harían, lo encontraba en cierta forma reconfortante y agradable.

Mikael encontró una grieta al pie de la montaña para pasar la noche, era un hueco helado, pero no era problema, su pelaje era grueso y espeso; pero Tábata era muy pequeña y de pelo corto, ambos entraron en la “semicueva” y se echaron a dormir, Mikael veía a Tábata tiritar de frío y aún cuando algo le decía que no lo hiciera, se echó a su lado, casi rodeándola para compartir el calor con ella. Tábata enmudeció incluso de pensamientos. “Duerme ahora” -le dijo él-, todo eso era demasiado para ella, especialmente antes de librar una batalla que podría ser mortal, Tábata se durmió.

Antes que los primeros rayos de sol perforaran las nubes, ambos, perro y gato habían salido en busca de los ladinos coyotes. No los encontraron, dieron vuelta a la montaña y hallaron el grotesco espectáculo, todos estaban muertos, algunos hombres habían venido durante la noche, furiosos por el ataque de la noche anterior y habían ajusticiado a la manada entera, todos heridos de bala. Mikael cogió uno y empezó a arrastrarlo cuesta abajo, Tábata lo ayudaba, era grande y muy pesado y ambos se cansaban demasiado: “No lo lograremos” -dijo Mikael- “es mejor olvidarlo” y desistió dejando caer el agujereado cuerpo sin vida. La ínfima colaboración de Tábata se hizo evidente y truncada. Ella vino por otra razón, tal vez hubiese preferido morir en el enfrentamiento como probablemente hubiera sucedido, verlos muertos fue una insípida satisfacción, un vacío inmenso, recién ahora la rabia cedía paso al dolor. Se sentó al lado del cuerpo inerte del coyote, con la mirada fija y perdida en los dientes de éste, de pronto, poseída por un ataque de ira se lanzó sobre el cadáver arañándolo, mordiéndolo y cortándole una oreja, “toma con esto será suficiente” -le dijo a Mikael- pateando la oreja mutilada: “Tu dueño entenderá”. Mikael contempló atónito como ésa gatita, tan frágil y aparentemente inútil había arrancado de una sola arremetida la oreja del coyote y ahora cubierta en sangre lloraba. Se acercó a ella, le lamió las patas y se sentó a su lado. ¿Qué debía hacer? Decirle ¿que sabía lo que es perder al alguien querido? ¿que el dolor y la impotencia son insoportables? Decirle, ¿cómo él supero su dolor? ¿abrirse? “Los gatos nunca se encariñan con nadie, no vale la pena confiar en ellos” y Mikael comenzó a hablar, ella lloró mucho y se quedaron sentados junto al cadáver, él hablando, y Tábata, llorando hasta que ambos se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente, Tábata despertó a Mikael con dos peces que había pescado en un estanque cerca de allí, Mikael se incorporó algo aturdido todavía, él sabía que a ella no le gustaba comer junto con él, en todo este tiempo lo había estado evitando sin disimular, Tábata se sentó muy junto a él y empezó a comer. Mikael se sintió contento y empezó a comer también, Tábata sufrió unos instantes en la espera de ver si Mikael la atacaba cediendo ante su mítica naturaleza, pero nada sucedió, por el contrario ambos se sintieron muy a gusto. Tábata le cedió a él la parte del pescado que no quiso comer y ambos sonreían. El camino de regreso a casa fue largo, mucho más que el de ida, pero se hizo muy corto, casi unos pasos; llegaron a la granja en donde vivía Mikael y sin ningún tipo de despedida Tábata prosiguió su camino sin mirar atrás, no sabía qué decir ni qué hacer “nunca mendigues afecto” -repetía una grabación en su cerebro- con la voz de Aldebarán, no sabía nada y no supo cómo actuar, Mikael susurró “adiós”, entre dientes con un suspiro de decepción. Y la vio alejarse con una amarga intranquilidad, más que por pensar que ella diría algo, por creer confirmado todo lo que sabía de los gatos hasta antes de su viaje. Tábata pasó por el callejón a ver unas cosas de su querido amigo y a saludar a los gatos que vivían ahí, les contó su travesía obviando por completo a Mikael, todos escuchaban extasiados y celebraron que hubiera regresado ilesa, sin siquiera haber perdido una de sus pulgas, tarde en la noche, regresó a su tronco en el lago y se durmió.

La mañana vino temprano y aunque el cielo era despejado y azul, los rayos del sol imprimían algo gris en el aire, Tábata tenía un agujero en el pecho, uno más grande que ella, algo la impulsó a ir al lugar en donde conoció a Mikael, grande fue su sorpresa al encontrarlo allí, enorme y confiado como siempre. “Qué tal te fue con tu dueño?” –preguntó-, “Recibí un enorme filete y jugó conmigo hasta tarde” -respondió- y empezó a contarle todo, ella le contó como mantuvo a todo el callejón con los bigotes crispados mientras narraba su hazaña. Y cada tarde se encontraron allí y conversaban hasta altas horas y a veces sólo se tendían en la hierba a revivir esta historia sin hablar.
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autor : Noyuri Higa Tamamoto


martes, 8 de septiembre de 2009

El Sol Perdido



Hubo un tiempo en que lo hombres de los bosques adoraban al sol. Todos sus trabajos y todas sus fiestas se realizaban bajo su maravillosa luz. Para mostrarle al sol su amistad, chicos y grandes encendían grandes fogatas. Era una señal. El sol iba despidiéndose muy contento, y al otro día aparecía con nueva intensidad. Desde muy arriba enviaba sus rayos, que les daban color a las flores y los frutos, y regalaba vida a todos. Esta amistad duró mucho tiempo. Pero un día, a alguien se le ocurrió construir una casa de piedra. Otros lo imitaron. Como necesitaban espacio, comenzaron a derribar árboles. Después, a otro se le ocurrió hacer un edificio de cemento donde pudieran vivir varias familias. Así fueron surgiendo, uno a uno, los enormes rascacielos, tan pegados entre sí que no dejaban ver el cielo. Un hombre que, por causalidad, miró hacia arriba descubrió que todo estaba muy oscuro. Se sintió mal. ¿Dónde estaba el sol? Cuando contó su preocupación a otras personas, estas se burlaron - ¿Para qué queremos al sol? ¿Acaso no tenemos nuestros hermosos edificios de vidrios oscuros? ¿Acaso no tenemos nuestras hermosas luces de rayos y ropa sintética? Ya no necesitamos del sol. Pero al tiempo pasó algo que los hizo cambiar de idea: la oscuridad fue total, y cada vez hizo más frío. Tanto que hasta los motores dejaron de funcionar. Comenzó a caer nieve a cubrir todo. Los habitantes de los enormes edificios no podían fabricar sus alimentos. Pronto morirían de hambre. Se hicieron muchas reuniones para buscar una solución. Hasta que un abuelo les recordó que ellos habían roto su amistad con el sol y les aclaró que esa era la causa de la terrible oscuridad en que se encontraban. Les recomendó que encendieran nuevamente grandes hogueras, como se hacía antes para mostrarle al sol su amistad. Así lo hicieron. Mujeres, hombres y niños llevaron algo que sirviera para quemarse. Construyeron una fogata enorme. Y esperaron varios días. Cuando todos pensaban que no había salvación, empezó a aparecer un resplandor en el cielo. - ¡Somos tus amigos, sol! – gritó una persona. - ¡No nos dejes! ¡Acércate! – gritaron otros. - Los chicos empezaron a cantarle para que saliera. Entonces el sol hizo un esfuerzo, y llenó de luz a los que tanto la necesitaban. - Entre todos habían recuperado al sol perdido. Habían salvado su vida.

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autora: Estepán Zavrel Adaptación de: Silvia Maturana

sacado del blog : http://riie.com.pe/?a=35971

 
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